30 noviembre 2017

Un oso polar blanco jugando con las estrellas

Para terminar (casi) la semana os presentaré otro de mis últimos cuadros titulado "Un oso polar blanco jugando con las estrellas". He de confesar que la idea no es 100% mia; ya que un día, rebuscando por internet, vi una ilustración parecida de El Topo Ilustrado que me flipo mucho, y decidí hacer mi propia versión.



Y ahora os contaré un cuento. La historia de la joven Calisto. Fiel seguidora de la diosa Artemisa. Que junto a ella y otras jóvenes vírgenes, recorrían los bosques cazando todo tipo de alimañas.

Un día, por desgracia, Zeus se fijó en la hermosa Calisto. Pero sabiendo que nunca se podría acercar a ella, decidió usar otras tácticas. Transformado en Artemisa, la siguió hasta una cueva donde la joven cazadora pretendía descansar. Al ver a su diosa que se le acercaba, se le iluminó la cara de inmediato.

Zeus la abrazó suavemente y preguntó por su día, mientras la besaba la cara. La joven encantada le contó todo mientras las caricias y besos seguían. La confianza hacia Artemisa era ciega. Pero esto empezó a cambiar cuando fue demasiado tarde…

En cuanto Calisto pudo zafarse del todo poderoso Zeus, huyó despavorida dejando atrás incluso su arco y flechas. Desde aquel día la joven ya no era la misma. Pero nadie se dio cuenta hasta pasadas varias lunas.

Una noche, Artemisa junto a su séquito se fueron a bañar al lago sagrado. Se despojaron de sus túnicas y cintas del pelo y se sumergieron en sus aguas claras. Todas salvo Calisto. Quien, avergonzada, trató de esconder su vientre abultado tras unas zarzas.

Agazapada entre las malezas quiso el destino que se pusiera de parto. Y allí dio a luz a su bebé a quien llamó Arcas. Y quiso también el destino que Artemisa fuera testigo del parto.

La ira y el resentimiento crecieron el la diosa. Pues ninguna de su cortejo podía abrazar varón. Y menos aún nadie, ni dios ni mortal, podía bañarse encinta en el lago sagrado. Por esa razón, Artemisa separó al recién nacido de su madre y susurró viejas palabras al viento.

Calisto empezó a sentir algo que se movía en su interior y buscaba salida. Sus piernas empezaron a flojear hasta que no soportaron más su peso. Sentía que su cabeza le daba vueltas y se le nublaba la visión. Un gran dolor se extendía por todo su cuerpo. Y sus delicadas manos…

Sabiendo que no podría conseguir piedad de Artemisa, trató de buscarlo en Zeus. Pero solo consiguió emitir gruñidos. Humillada y cabizbaja se perdió en lo más profundo del bosque y nadie más volvió a saber de ella.

Y pasaron los años. El joven Arcas, hijo de Zeus y la desdichada Calisto, creció sano y fuerte. Pero para convertirse en un verdadero hombre, debía dar caza a su primera gran pieza. Al amanecer partió nervioso en su busca. Pero la suerte parecía no estar de su lado ya que llevaba varios días caminando.

Cuando sus pies ensangrentados no podían más, llegó a un claro y allí vio a un gran oso descansando plácido. Arcas intentó acercarse sigilosamente a su presa pero el gran oso le sintió. El pánico se apoderó de su cuerpo, mientras el gran oso corría hacia él. Cuando faltó un palmo para llegar a Arcas, el oso frenó su carrera y empezó a olfatear el aire mientras parecía mirarle a los ojos. —No podía ser. ¡Ese joven era su hijo!— Pensó Calisto. Y trató de hablarle y explicarle. Pero de su garganta solo salieron gruñidos.

Gruñidos que hicieron reaccionar al joven Arcas, que cogió raudo su arco y disparó su flecha hacia la Osa. Pero en ese instante, Zeus no miró para otro lado. Sopló con gran fuerza, lanzando a la madre y al hijo a la cúpula celeste, convirtiéndolos en dos constelaciones: La Osa Mayor y la Menor.

Pero ahí no acaba la desdicha de la pobre Calisto. Hera, esposa de Zeus, se sintió ultrajada al enterarse que su esposo puso a una de sus tantas amantes y su vástago en tal lugar. Por lo que fue a visitar a su anciana niñera Tetis y su esposo Oceano. Los dos viejos titanes miraron a favor de su protegida, y así maldijeron a las dos constelaciones. Ambas deberían girar eternamente en el cielo sin poder bañarse en sus aguas.


No hay comentarios: